Terremoto en Guatemala

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«Guatemala está herida, ¡¡¡Pero no de Muerte!!!»

4 de febrero de 1976.
03:33 horas.
El territorio guatemalteco súbitamente fue estremecido violentamente desde las entrañas de la tierra.
Fuertes sismos interrumpieron el sueño de muchos, mientras que otros 35,000 con nacionales jamás despertaron.
En medio del caos, el dolor y el miedo, aquel poderoso sismo había trepado por las escaleras de las torres de los campanarios, y con su propia mano hizo tañir las Campanas de los templos, anunciando en medio de la oscuridad, tan aciaga hora.
Pasado el susto inicial, el vecindario, en medio de la fría noche oscura, fue abandonando sus casas, buscando en las plazas y plazuelas un espacio más seguro, donde sólo la luz de ls estrellas iluminaba el firmamento.
Al despuntar el alba, el frío viento calaba hondo, y poco a poco, las retinas eran impactada por las imágenes dantescas que desoladoramente eran desveladas por los primeros rayos de la luz matinal.
La Ciudad del Señor Santiago nuevamente era herida por los elementos naturales, y el temple de los antigüeños sería puesto a prueba. Sus viviendas, palacios y templos mostraban las huellas que a su paso dejaron los sismos de aquella madrugada.
Pasado el susto inicial, la búsqueda de sobrevivientes entre los escombros, fue prioritaria, así como poner a salvo su bien más preciado; rescatar de los templos dañados, a Jesús Sacramentado y las imágenes de especial devoción.
Las Hermandades de Pasión fueron determinantes en estas labores de rescate; acompañadas por sus Párrocos, los Reverendos Presbíteros: Manuel Dabroi (San Sebastián), Juan Antonio Rodas (San José—Catedral), y Fray Serafín Hernández Marcos OFM (Na. Sra. de Los Remedios) junto a la comunidad de Frailes Franciscanos.
El barroco templo mercedario antigüeño en su exterior Lucía bastante bien, sin embargo, en el interior era evidente la violencia del embate de los sismos. Las bóvedas estaban cuarteadas, y grandes bloques de los arcos habían caído, destruyendo las bancas y reclinatorios, provocando el hundimiento del suelo.
Ante un panorama tan desolador, todas las imágenes sacaras fueron trasladadas a la Plazuela, a un costado de la fuente; para protegerlas del intemperismo se improvisó una carpa, empleando una lona de camión, en tanto se edifica a un albergue más formal y resguardarlas, a espera de algún día poder retornar las al interior del Templo sacro.
La presencia de Jesús Nazareno compartiendo un refugio temporal, en medio de muchas familias acampadas en la Plazuela mercedaria, animaba y confortaba el corazón herido de la Ciudad, pues, al estar en medio de su pueblo compartiendo la precariedad con todos, era el testimonio patente reafirmando la promesa hecha desde antiguo: «… Yo estaré en medio de ustedes hasta el final de los tiempos…»

Carlos Enrique Berdúo
IV. II.MMXXI
En el XLI Aniversario del Terremoto de 1976.

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